CIUDAD DE MÉXICO. Niños y adolescentes de entre 10 y 15 años están presentando altos porcentajes de ansiedad por separación en medio del regreso a las clases presenciales. Los hombres, de 59.6%, y las mujeres, de 49.6 por ciento.
Se trata de un trastorno a partir del cual se experimenta una ansiedad excesiva al estar separados de sus padres. Cuando lo padecen no pueden pensar en otra cosa que el miedo constante de la separación, además de tener pesadillas o malestares físicos regulares. Es posible que no quieran ir a la escuela u otros lugares.
Así lo revela el estudio Equidad y Regreso en la parte socioemocional, de la organización Mexicanos Primero, que refiere que la ansiedad por separación creció en los hogares donde los estudiantes reportaron que no habían realizado actividades con sus familias.
Lo anterior pone el foco clave en el involucramiento de las familias en las actividades de la vida escolar de sus hijas e hijos, lo que implica fortalecer las relaciones, así como garantizar su libre decisión y participación. Las familias tienen que empujar, preguntar y exigir especialistas, planes de atención emocional y rutas para la atención desde la comunidad, incluyendo la formación e información para todas y todos”, planteó el investigador Carlos González.
De acuerdo con Laura Ramírez, directora de activación de agentes educativos, las consecuencias de no acompañar a niños y niñas después de la pandemia en el aspecto socioemocional no sólo se verán en lo inmediato con estudiantes que no aprenden, que no logran socializar y que no logran manejar sus emociones, sino, también, tendrá un impacto que podrá manifestarse años después, cuando lleguen a ser adultos, con graves problemas de depresión y ansiedad, y dificultades para la convivencia.
Nuestro cerebro deja de aprender cuando hay ansiedad, temor o tristeza; mucho más cuando esto se deriva de situaciones de duelo o violencia, y el bloqueo o limitación puede ser un proceso de largo plazo, cuando se convierte en depresión o trauma”, alertó.
Entre los hallazgos del estudio se encuentra que, con sólo abrir las escuelas, a pesar de no contar con una estrategia para atender las emociones y promover la salud mental, los indicios de depresión disminuyeron. Para el grupo de edad de 10 y 11 años disminuyó de 14.5% a 9.1%, mientras que para el grupo de 12 a 15 años, de 21.6% a 14 por ciento.
Abrir la escuela es muy importante, pero ese proceso debe contemplar que cada niño y niña se sienta y esté bien para poder aprender. Necesitamos una escuela que les escuche y les acompañe, especialmente después de la pandemia, que limitó sus posibilidades de desarrollo social y emocional. La presencialidad es la puerta de entrada para cuidar la salud socioemocional de niñas, niños y de sus docentes, pero esto no sucede de manera automática. Abrir la escuela es un primer paso muy importante, pero como sociedad debemos ser contundentes: las y los estudiantes no van a estar más contentos sólo por asistir. Se requiere, en primer lugar, cambiar la visión de la escuela: necesitamos volver, pero no a lo mismo, a una escuela vertical y autoritaria”, dijo Ramírez.
En este contexto la organización demandó cuidar las emociones de los docentes y poner en marcha modelos de atención socioemocional flexibles y adaptados al contexto; concretar alianzas con instancias de protección a niños y niñas para canalizar casos graves, entre otras acciones.