Del Toro perdió porque su equipo no lo dirigió bien

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En el ciclismo hay pactos que se negocian en la mesa de los estrategas y otros se acuerdan entre competidores montados sobre el sillín. Los primeros son planes muy bien diseñados para obtener fines más amplios que los de un equipo; los segundos, treguas que se establecen en medio de la desesperación y el agotamiento de los pedalistas, alianzas efímeras que duran unos kilómetros, o lo que exige un ascenso indomable o un descenso vertiginoso. Después, vuelven a la batalla que no conoce la clemencia.

El primer mexicano que ganó etapas en el Giro de Italia hace un cuarto de siglo, el tlaxcalteca Julio Alberto Pérez Cuapio, aún trata de explicarse qué sucedió el sábado mientras el joven de Ensenada, Isaac del Toro, se destrozaba junto a su adversario, el ecuatoriano Richard Carapaz, en la penúltima jornada de la corsa rosa. Ellos se batían en duelo como dos forajidos en una calle desierta, mientras el británico Simon Yates se desprendía remolcado por una máquina inexpresiva llamada Wout van Aert para dejarlos atrás, con la boca llena del polvo de la Colle delle Finestre y el gusto amargo de la pérdida.

Fue un error compartido, no puede atribuirse sólo a Isaac por ser un joven de 21 años e inexperto, analiza Pérez Cuapio, ganador de tres etapas, en dos ediciones, y de un título de montaña en el Giro.

La culpa que atribuyó Carapaz a Isaac, deja muy mal parado al ecuatoriano, porque él es el experto, con amplia trayectoria en montañas y grandes vueltas, ¿por qué no respondió? Ni siquiera defendió el segundo lugar, agrega.

Antes de ese sábado fatídico, donde el mexicano perdió la maglia rosa y el ecuatoriano ya no pudo defender la segunda posición, ambos habían pactado treguas para apoyarse. En algunos ascensos –expone el ex ciclista–, era evidente que uno tiraba del otro y en ciertos tramos invertían su posición con la mirada puesta en defender la clasificación.

En la penúltima etapa ya se advertía que tanto Del Toro como Carapaz se habían sometido al peor de los tormentos luego de tres semanas de competencia al límite. Ya no les quedaba aire en los pulmones y las piernas parecían ajenas, exprimidas hasta el extremo. En el equipo del mexicano, UAE Emirates, el mánager Joxean Fernández Matxin advertía que si bien la estrategia estaba puesta en no soltar la rueda del ecuatoriano, no podían confiarse en el británico Simon Yates, cuya experiencia amarga hace siete años en el mismo tramo, lo convertían en una apuesta impredecible. Ese temor cobró realidad y en el equipo líder no supieron cómo anularlo.

Con su experiencia, Carapaz pudo proponer tirar juntos para contener a Yates, continúa Pérez Cuapio; y lo que es peor, no entiendo por qué en los coches de sus equipos no les aconsejaron bien, no les advirtieron que era momento de salir a matarse, que ya no eran ellos dos, sino que había que anular a Yates. Por eso no me pareció lo que dijo Richard culpando a Del Toro, porque él también perdió el segundo lugar y la posibilidad de pelear la victoria.

En el descenso de esa colina que tantas desgracias ha impuesto a los ciclistas de la corsa rosa, hay un momento cuando el mexicano se empareja con el ecuatoriano y le pide que trabajen juntos contra Yates, pero la respuesta es una rotunda negativa.

En eso tenía razón Carapaz, explica el ex ciclista: en su lugar yo habría hecho lo mismo, porque de nada servía ya destrozarse con la poca distancia que quedaba a la meta. Ahí quedó en evidencia la inexperiencia de Isaac, pero eso era muy probable dado que tiene sólo 21 años y nunca antes había cargado con semejante responsabilidad.

Al subir al podio, como subcampeón, Del Toro se convirtió en el más joven en cumplir semejante hazaña. Antes, en el Giro de 1940, la leyenda Fausto Coppi lo hizo como campeón con apenas 20 años y ocho meses. Aquel bribón nacido en Castellania, que empezó en el ciclismo como repartidor de embutidos de la tienda en la que trabajaba, también tuvo que aceptar pactos con objetivos más elevados, como impedir que Francia deshonrara a Italia sobre la carretera.

Antes de comenzar la temporada de 1949, hubo una tregua para que Coppi no se matara ante su némesis, Gino Bartali. Ambos dividían a la Italia de la posguerra, Fausto representaba a la izquierda, simpatizante de los comunistas, un poco bohemio y enamorado; el otro era el paladín de la sociedad más tradicional, hombre de familia católico. En el acuerdo tenían que impedir una derrota deportiva para su país que se levantaba de los escombros tras la guerra. Colaborarían en la primera semana para perseguir las fugas de los rivales, no se atacarían de ninguna de las maneras y los Pirineos decidirían cuál de los dos era el más fuerte. El otro tendría que ayudarle, relata Ander Izagirre en su libro Cómo ganar el Giro, bebiendo sangre de buey, (Libros del KO, 2021).

En Italia los equipos corrían con una jerarquía estricta: los gregarios sólo existían para servir al capitán, tirar del pelotón y controlar la carrera hasta las montañas, donde empezaba por fin la batalla, agrega Izagirre en su texto sobre la dificultad de hacer pactos con los rivales cuando se monta un sillín.

A pesar de que ni Del Toro ni Carapaz supieron ponerse de acuerdo a la hora decisiva, o sus equipos no quisieron o no entendieron cómo responder, el mexicano dejó una historia apasionante, resume Pérez Cuapio. Fue el gregario novato, ni siquiera el primer gregario, uno que ocupaba los puestos más bajos del escalafón en UAE. Emergió solo, movido por el hambre de triunfar y se midió contra los ciclistas más experimentados en Europa. Eso, nadie se lo puede discutir.

México se descubrió un día aficionado al ciclismo y eso, aunque no ganó el Giro, es un triunfo invaluable de Isaac del Toro, finaliza Julio Alberto Pérez Cuapio.


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